Una vez te platiqué
que no me gustaba que me abandonaran... y te lo tomaste tan personal que
saliste huyendo antes de que algo pasara.
No nos conocimos y
así lo quise.
Nos veíamos un par de
días a la semana para no hablar, a veces, por las tardes, no íbamos por nieve y
tú favorita no era ya la de vainilla. Tampoco paseábamos en bicicleta por
que ya no te daba miedo. Y ni hablar de todas las veces que no fuimos a tomar
café.
Recuerdo como nunca
me presentaste a tus padres y como es que ningún día te invite a salir con mis
amigos.
No paseamos entre las
calles de la ciudad por la noche y menos que nos diera por gritar a todo pulmón
en medio de tanta luz artificial. Para que decir que no fuimos a ese mirador a
no encontrarnos con ese suburbano paisaje de luces nocturnas que hacen el triste
símil de las estrellas y no me recordaban tú parda piel llena de lunares.
Así las cosas, el
tiempo pasando y los sueños no compartidos pero coexistiendo de alguna extraña
manera.
Nos la pasábamos
fenomenal; yo no sentía ya en el pecho ese sobresalto tan inquietante que nunca
tuve cuando te veía y tú no mencionabas eso de las mariposas que no
sentías en el estómago. No nos marcábamos en ninguna hora del día y no nos
preguntábamos cosas como el por qué de tantos fracasos en las relaciones de pareja
o el por qué de ciertas relaciones se tornaran tan posesivas o la imposible
pregunta nunca formulada de que nosotros que no éramos.
No nos miramos en
público con esa mirada de complicidad que por nada establecimos y que los demás
no entendían, y yo no te platique de mi Dios, ni te hice poemas o te mande
cartas de amor donde te escribía de lo que nunca quise que te enteraras. Para
mi lo mejor era cuando no me celabas y no me decías que dejará de fumar tanto y
nunca discutimos por nada, o algo que se acercase a eso que entre parejas
llaman malos momentos.
Y todo este tiempo yo
me sentía lleno de energía y más vivo que nunca, no me perdía con ilusiones y
no me quedaba despierto hasta tarde sin pensar en ti. No tocarte despacio
ni que me hablaras al oído era muy cotidiano. Tampoco olvidaré como no te vi trabajar
afanosamente toda una noche de desvelo, en la que no me quede a tu lado sólo
por acompañarte, mirarte tan apurada, y fumar sin interrumpirte. O como en
otras ocasiones, no disfrutamos nuestros silencios compartidos, cada cual con
su propia lectura o tarea. Y no supe de tus gustos y preferencias, tampoco me
enteré de tus secretos y no supiste jamás de mis miedos y no me mostraste el
final de la película que nunca empezamos y nunca terminamos de ver.
De esta forma también
pasaron los días sin que compartiéramos música ni nada, porque tú desde el
inicio te habías ya ido y yo me quedé hablando de los días en que me la pasaba
al lado de tú ausencia. Fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario