Es muy simpático como durante los últimos días el sol brilla; es como una mirada directa de la mujer de alma trasparente, el suelo se calienta y mis pies quieren moverse: caminar, bailar, brincar, correr... despegarse del piso. El viento es tan ligeramente cálido que mis manos se quieren despegar de mi cuerpo y llegar hasta tu piel. La luz ha atravesado ya mi piel, sin ser etéreo, me invade la frescura del agua y mis intestinos, mi estomago, arterias, venas y huesos, aunque no los pueda ver, los siento como un mosaico de colores tan perfecto como el arco iris. De la piel para adentro, soy el universo; el macro y microcosmos. Sí, el sol es mi musa, el sol es mi dios, y tú has sido quien me ha quitado la venda de los ojos para poder acercarme a lo olvidado, a lo descuidado... Ahora siento, y siento la calidez y la frescura entremezcladas, levedad y peso ya no hay más, tiempo y estancamiento son ahora lo que son y nunca distinguí: el infinito posiblemente tangible en ti, tan lejos y tan cerca.
Recuerdo como es que antes de que llegase la primavera pensé en mandarle al sol una carta de amor, lo extrañaba. Hoy que ya es primavera, la carta continua en el cajón del escritorio.
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