Bueno, ya sé que no se pueden tener nuevos ojos así como si nada, de un momento a otro, como quien compra un nuevo pantalón o una bicicleta, o que inclusive después de un trasplante de cornea o de cualquier tipo de operación oftalmológica uno no puede tener nuevos ojos, pero esta es la historia:
Nos gastamos como ciento ochenta y tres noches seguidas de esta forma... Yo salía de trabajar ya muy tarde por la noche y pasaba a lo de Lupita, su casa; besos, largas charlas, megrearnos cuando no estaban sus padres y esas cosas. Echar reja como dicen en mi pueblo.
Fue en una de esas primeras diez noches de ir a lo de Lupita a echar reja cuando pensando quien sabe que locuras y seguramente escuchando el canto de quien sabe que tipo de ave de esas tantas que comentaba que le volaban dentro de la cabeza que se aventuro a decirme:
- Tienes unos ojos hermosos, hermosísimos de verdad... Si me los das... te regalo una estrella...
Vaya, pensé, a esta tía si que le traigo arrastrando la cobija, mira que pedirme un imposible a cambio de otro...
- Metafóricamente verdad, digo, no veo de que otra forma sea posible, le respondí.
- Como tú quieras, mira, dijo señalando una estrella que no era Mizar ni Thuban. Esa estrella es desde hoy tuya. Solo tuya y de ningún otro, ¿de acuerdo?
- Mujer, contesté, pero si las estrellas son de todos y de nadie, son de ellas mismas...
- A ver, me interrumpió, basta el que recuerdes que es tuya para que te pertenezca. Además es un buen trueque por tus ojos que aunque son hermosos en realidad no brillan tanto como ella, decía al tiempo que volvía a señalar a la desconocida estrella.
- ¿Pero a mi de que me sirve una estrella?, ¿cómo la limpiaría?, y... y...y... imagina la sangre que derramaría al darte mis ojos. A parte los necesito y me son tan útiles que por una estrella...
Discutimos toda una interminable hora pavadas por el estilo y ella seduciéndome en todo momento a intercambiar mi visión por una estrella del firmamento.
Como Lupita siempre ha sido una chica muy exquisita, linda, persuasiva y bella, termine accediendo a su petición, quedando el trato así: ella se encargaría de quitarme poco a poco los ojos para que no sangraran y a cambio yo recibiría un astro que para mi era desconocido e inapreciado. Y como todo parecía tan irreal, irrelevante e increíble, supuse que había sido un excelente negocio.
Yo continuaba visitando a Lupita, aunque comencé a notar ciertas cosas que en un principio creí que eran cariño, romance, cursilerías y cosas por el estilo. Me sentía de maravilla. Había días en que Lupita no hablaba y si yo quería decirle algo, ella educadamente ponía en su dedo indice en sus labios delgados invitándome a guardar silencio y me daba pequeños besos cuando yo me negaba a callar. Eran en esos días de silencio de Lupita cuando me miraba de una forma muy intensa, apasionada y penetrante, y yo hipnotizado por esos ojos tan cafés y de mirada tan firme, pensando en que ella y yo podíamos ser muy felices juntos.
Conforme nos íbamos conociendo, Lupita y yo nos cuidábamos el uno del otro y de la impresión que causábamos el otro sobre el uno. De esa forma fue como supe que Lupita sufría gastritis y que, aunque peligroso para su salud, le encantaban los chocolates, y que para simpatizar conmigo los comía cada que yo le ofrecía alguno. No se me resistía. En cuanto a chocolate le otorgaba, ella lo comía inmediatamente.
Así nuestra relación; conociéndonos, deseándonos, dañándonos sutilmente... relación codependiente dirían los psicólogos.
Por aquellos días Lupita habíase hecho el habito de prestar excesiva atención a mis ojos; había pasado de mirarme durante horas a los ojos a combinar acciones tales como acariciarlos, besarlos, sobarlos, morderlos y lamerlos. A mi me entusiasmaban aquellas formas de afecto y todo eso, solo que mi vista empezó a deteriorarse por alguna extraña razón.
Pasada la noche ciento veinte de ir a lo de Lupita fue cuando comencé a sentir que me molestaba la luz del sol, que me lloraban los ojos sin motivo alguno, los sentía cada día más pesados e irritados de mañana y noche. Fui pues a consultar a un oculista, después con un oftalmólogo y con otros ojeros... no sabían que me ocurría... Los días avanzaban y yo ya no podía ver mucho de noche, apenas distinguía sombras. De día todo era borroso y los colores estaban como cubiertos por un velo gris que abarcaba el paisaje y las cosas que mirara.
Fue en la noche ciento sesenta y nueve cuando recordé... recordé el trato donde yo recibí una estrella que había perdido tres noches después por no saber donde estaba y que si aun supiese donde esta, no podría ver, recordé que cambie mis ojos por esa estrella, recordé que Lupita se encargaría de quitármelos sin hacerme sangrar, recordé su mirada penetrante y todas las atenciones que brindaba a mis ojos y entonces lo supe, supe de lo que iba... supe que de continuar así... terminaría ciego, sin ojos. Y aun sabiendo todo esto, había algo inevitable a estas alturas: accedí tiempo atrás al trueque de mis ojos por una estrella que nunca poseí...
Entonces decidí hacer algo al respecto. Llevar a cabo una acción que me tranquilizara por estar quedándome ciego. Realizar a cabo mi venganza dentro de este trama. Así fue como primero busque, luego encontré y hable con un distribuidor regional de chocolate, así es, mi venganza sería dulce y amarga. Le hice un contrato para que semanalmente entregara un paquete con catorce chocolates semanales, de los cuales daría a diariamente dos a Lupita para provocarle dolor estomacal, ese era el plan. Dos grandes irritantes diarios para un estomago disfuncional y con excesivo jugo gástrico, dos grandes chocolates diarios para la chica que me quitaba la visión, dos chocolates como muestra de cariño para la niña a quien le cambie mis ojos por una quimera. El plan no funciono.
Recuerdo la noche ciento ochenta y tres, la última noche en que nos vimos, la ultima noche en que vi. Llegue a lo de Lupita. Pasamos a la sala de su casa y nos acomodamos en el sofá para platicar de algo. Le ofrecí el primer chocolate del día, hacia ya una semana que el plan funcionaba sin contrariedades, y ella lo acepto y lo comió inmediatamente, seguimos hablando y en un momento dado ella acaricio mis ojos, de pronto solo escuche como abría un cajón que nunca supe donde estaba y depositaba algo en él. Yo ya no veía. Estaba pasmado.
- Tienes algo que decir...
Callé, me había quedado sin palabras, estaba aturdido. Solo se me ocurrió sacar el segundo chocolate y ofrecérselo.
- No hace falta ya, dijo. El trato esta cerrado, si no tienes algo más que decir te acompaño a la puerta. Tengo mucho que hacer.
- Ah... b... pee... boo... es... ha..., balbucee mientras Lupita me ayudaba a ponerme de pie y me llevaba a la calle.
Cerro la puerta tras de mi. Me quede ahí en la calle parado y ciego.
Ahora ella tiene un par de ojos nuevos en su cajón y yo tengo un montón de chocolate que semanalmente aumenta. Fin.
No hay comentarios:
Publicar un comentario