Santa Cruz
En mi barrio, el cerro hay que ganárselo.
Los domingos cuando sale el sol,
los lunes a las tres de la tarde,
los sábados a las cinco cuando se juntan las niñas y los niños a volar papalotes,
las cuatro veinte de los vagos y la maría juana,
los viernes cuando se mete el sol y pasa el tren a lo lejos.
A toda hora, en el barrio, el cerro hay que ganárselo;
subirlo sudando y bajarlo riendo,
caminando lento por caminos ya hechos,
abriendo brechas y mentando madres.
El cerro se gana de tanto agotarlo,
de sumirse en su espesor verde y el humo de las drogas que todo el día se queman.
El cerro está pesado,
el cerro es subir y no cansarse;
mirar la marginalidad a la cara y la desventura desde la altura.
En mi barrio, el cerro se lo ganan los vencedores de peleas,
los triunfadores en el partido y el torneo,
o de última los que se van de pinta;
pero sobre todo,
en el barrio el cerro se lo ganaron los que aún no están presos,
los que aún no están muertos.
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