Pasaba a su casa justo cuando terminaban las clases. Éramos de primer año de secundario y ella tenía dos meses sin asistir a clases; no logré verla nunca, pero sus familiares siempre la excusaban con una enfermedad que yo no comprendía muy bien en ese entonces. No podía evitar que se me pusieran las mejillas coloradas y los ojos me brillaran de lágrimas acumuladas, el nudo en la garganta también me impedía hablar y por eso no duraba más de cinco minutos ahí, hablando con su mamá, con su tía, su padre o alguno de sus abuelos, siempre charlas rápidas desde la entrada del zaguán, antes de que el llanto me brotase por completo; evitando mostrar mis sentimientos, sin saber por que, ignorando por que acudía a mi esa sensación. Desasosiego, incertidumbre, temor, tristeza. Lo pienso y ahora sé que esas eran emociones que transmitían sus familiares; por eso yo terminaba por llorar, sin saber realmente lo que pasaba con Norma, deseando verla, esperando que aún se acordará de mí, que me reconociera. Era un idiota, fuí un idiota al no darme cuenta de que estaba muriendo. Y aún hoy, después de tantos años, que podía haber hecho yo, como hubiese ayudado a ella o a su familia. No lo sé, pero en aquel tiempo no fuí capaz de ver la muerte a la cara, ni de reconocer mi sufrimiento, ni siquiera de despedirme de Norma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario