miércoles, 25 de septiembre de 2019

Octubre en la Esmeralda I

Hace diez años que yo venía pensando en ello, que todo era un engaño, que la felicidad no estaba en la vejez y mucho menos la sabiduría, que era un engaño esta vida... Y la apatía poco a poco se mezclaba con la cotidianidad... 
El viejo me acompañaba en las tardes, a todo momento, vigilándome, de que, no sé... Estaba él, estaba yo, encerrados, compartiendo tiempo, deseando yo que se callase, él hablando por creer que la vida lo había puesto en lugar privilegiado, tan solo por ser viejo. 
Tenía un muñón en la mano izquierda, y me abrumaba, no sólo su muñón, su voz y sus movimientos lentos, cierto, no podía sacar de mi mente el corazón delator de Poe, pero yo siendo consciente de que no lo mataría. Sin embargo, desde un principio, los primeros días en que empecé a trabajar en la jaula amarilla, como yo llamaba a la vinícola, el viejo me había recordado en demasía al cuento del escritor del siglo XIX. 
Hay estábamos, yo queriéndolo matar, aunque solo fuera en palabra, pero no era odio infundado, o eso quiero creer, yo lo sé, se lo dije a más de algún amigo; el viejo me robaba energía, años, vida, la juventud, algo que no sé cómo transcribir, pero salía de trabajar algo más que cansado, salía siendo un muerto, peor que un zombi... 

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