lunes, 9 de julio de 2012

Puerta abierta.


Evitando las especificidades temporales del lenguaje; evitando las remembranzas que a través del tiempo sigo deformando hasta convertir en apenas un recuerdo de tonos grises y de imágenes difuminadas entre las penumbras, sin sonidos y sin vos alguna; porque las penumbras están más cerca de lo que creían mis antepasados. Las penumbras están dentro de mí, dentro de ti, dentro de cada persona, dentro de todos. Bastase con cerrar los ojos por un segundo y darse cuenta, de que también las ventanas del alma son de manera contradictoria, la manera de descender en lo profundo del arcano obscuro.
Entonces… Abres la puerta, y vez la oscuridad de la habitación y la oscuridad te atrae, el misterio, lo prohibido y lo desconocido; la atracción que ya se ha descrito como vértigo te invade; te introduces en la habitación.
Con paso lento, llegas tambaleante al centro del cuarto en penumbras, tus ojos no  se acostumbran a la escasez de luz, pierdes la visibilidad. Tus piernas tiemblan, tu piel se eriza y todo tu cuerpo siente el peso de la penumbra. Lentamente la oscuridad se apropia de ti, de tu ser, de tu esencia; la sientes subir por tus pies, llega a tu cadera, revuelve tu estomago, tus manos arden y pesan, tu pecho se oprime y tu respiración se vuelve pesada; esa oscuridad que ha entrado por tus ojos y que recorre todo tu cuerpo, llega hasta tu corazón y ahora eres parte de las sombras.
Y no habría problema, excepto que… has dejado la puerta abierta, la negrura de la habitación, esa negrura de la cual formas parte, esa negrura melancólica, trise y deplorable en la que estas sumergida y empapada hasta el núcleo de tu ser, sale al mundo; mi mundo indefenso, se acerca a mi. Lo presiento y tiemblo.

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