Evitando
las especificidades temporales del lenguaje; evitando las remembranzas que a
través del tiempo sigo deformando hasta convertir en apenas un recuerdo de
tonos grises y de imágenes difuminadas entre las penumbras, sin sonidos y sin
vos alguna; porque las penumbras están más cerca de lo que creían mis
antepasados. Las penumbras están dentro de mí, dentro de ti, dentro de cada
persona, dentro de todos. Bastase con cerrar los ojos por un segundo y darse
cuenta, de que también las ventanas del alma son de manera contradictoria, la manera
de descender en lo profundo del arcano obscuro.
Entonces…
Abres la puerta, y vez la oscuridad de la habitación y la oscuridad te atrae,
el misterio, lo prohibido y lo desconocido; la atracción que ya se ha descrito
como vértigo te invade; te introduces en la habitación.
Con
paso lento, llegas tambaleante al centro del cuarto en penumbras, tus ojos
no se acostumbran a la escasez de luz,
pierdes la visibilidad. Tus piernas tiemblan, tu piel se eriza y todo tu cuerpo
siente el peso de la penumbra. Lentamente la oscuridad se apropia de ti, de tu
ser, de tu esencia; la sientes subir por tus pies, llega a tu cadera, revuelve
tu estomago, tus manos arden y pesan, tu pecho se oprime y tu respiración se
vuelve pesada; esa oscuridad que ha entrado por tus ojos y que recorre todo tu
cuerpo, llega hasta tu corazón y ahora eres parte de las sombras.
Y
no habría problema, excepto que… has dejado la puerta abierta, la negrura de la
habitación, esa negrura de la cual formas parte, esa negrura melancólica, trise
y deplorable en la que estas sumergida y empapada hasta el núcleo de tu ser,
sale al mundo; mi mundo indefenso, se acerca a mi. Lo presiento y tiemblo.
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